Los mundos imaginarios by Gonzalo Torrente Ballester

Los mundos imaginarios by Gonzalo Torrente Ballester

autor:Gonzalo Torrente Ballester [Torrente Ballester, Gonzalo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Crítica y teoría literaria
editor: ePubLibre
publicado: 1994-01-01T00:00:00+00:00


* * *

Por el camino se me ocurrió de súbito que el claustro no lo tenía pensado y que nos íbamos a encontrar en el vacío, o, lo que es peor, en un claustro imaginado por don Procopio de acuerdo con sus gustos y preferencias. Pedí un café solo en lugar del refrigerio proyectado, y, bebiéndolo a sorbos, fui componiendo un recinto con recuerdos de lo visto y conocido en la materia, titubeé al principio, si hacerlo gótico o románico tardío, pero acabé decidiéndome por éste, que fue siempre de mi agrado, de modo que combinando lo de Silos con lo de Ripoll y Santillana, más el aditamento de algunos capiteles de procedencia diversa, me quedó un edificio precioso, con sus losas sepulcrales, sus mirtos recortados, sus cipreses sombríos y su fuente manadora. Lo encontré tan bonito y tan sugeridor, al hallarme dentro de él, que deploré no haberme metido también en una novela del pasado cuyo tema me permitiese sacar monjes atormentados, clérigos militantes y artistas recoletos. ¡Ah, con qué gusto habría descrito, por ejemplo, lo acontecido en el monasterio desde el momento en que llega la petición de don Sisnando, de que le copien e ilustren el texto del Beato, hasta que sale el infolio concluido de manos del artista, estupefactos los presentes y sonriente el autor de aquella maravilla! Por lo pronto, mi escondrijo sería más seguro, ya que a Bond no se le ocurrirá jamás buscarme en el seno de la Edad Media, época que desconoce, y tendría además la ventaja de poder prescindir de los temas, las preocupaciones y las ideologías actuales, alguna de las cuales ya se me ha insinuado. Pero la cosa, a estas alturas en que me encuentro, con quince folios escritos, no tiene ya remedio. Sin embargo, me demoré unos minutos en aquellas fantasías y llegué a penetrar en el scriptorium y a fisgar un poquito por encima del hombro del artista, que, con sus largos pinceles, trazaba imágenes de ángeles de extraños vuelos, demonios espantosos y monstruos inverosímiles, aunque atractivos. Pero lo que más me llamó la atención fue un laberinto formado de letras visigóticas que copiaba de un dibujo tosco, escondido de mi vista en cuanto se la eché encima. Le pregunté por qué. Me dijo que era orden secreta del obispo.



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